Se dice...se comenta:

No hay nada peor que un inutil con iniciativa

Haz que cada día cuente

No desperdicies la crisis... vívela

Comienza cada mañana con una sonrisa y mantenla durante todo el día

Por favor, ¿podrías avisar antes de improvisar?

Tenemos dos orejas y tan solo una boca, ¿será para escuchar más y hablar menos?

Nunca tendrás una segunda oportunidad de crear una primera buena impresión




viernes, 23 de octubre de 2009

"AGORA" y ANTES



El otro día vi la película “Agora” de Alejandro Amenábar y puedo decir de ella que me gusto, aunque un poco lenta, realmente me gustó. Impresionante en su parte artística y despliegue de medios, muy buenos actores sin necesidad de caer en la rueda de las estrellas de Hollywood, y todo ello para envolver una historia real que ocurrió en el año 391 D.C. donde el mundo actual estaba decidiéndose. Es una parte esencial de la historia antigua que no conocía muy bien pero que me dejó impresionado, no tanto por la estupidez del ser humano de aquella época sino por la estupidez del ser humano actual.

Viendo la película, tuve la sensación de estar viendo el telediario… si, el telediario de TeleCinco, o de Cuatro, o de la Primera. Es una pena pero viendo esto te das cuenta que el ser humano no ha evolucionado nada, seguimos con los mismos problemas de siempre y seguimos intentando resolverlos como siempre… a palos.

Hubo momentos en que me parecía estar viendo discutir a Zapatero y a Rajoy, o a Felipe Gonzalez y JM Aznar en el congreso, donde lo único que importaba era, quien quedaría por encima y quien ganaría esa batalla, sin importarles lo más mínimo las personas que fuera del edificio se mataban (literalmente) por ellos, o simplemente se morían de hambre.

En el siglo IV, podría parecer normal que los cristianos mataran a los judíos o a los paganos, simplemente para hacerse con el poder mundial, o que los judíos hicieran lo mismo. Pero recordemos que en la segunda guerra mundial, también se mataron judíos por lo mismo o en la actualidad, donde aun se viven guerras sangrientas entre musulmanes de un tipo u otro, entre oriente y occidente, entre cristianos y ateos, etc.

También se pone de manifiesto como los que gobernaban se hacían cristianos para poder mantenerse en el poder, nada diferente de lo que ocurre ahora… diputados que cambian de partido, la iglesia que apoya al gobierno de turno, los gobiernos que se apoyan en la iglesia para conseguir cuota de poder, los que continúan matando por unos ideales que nadie tiene pero que los que mandan les convencen de que matan y mueren por la causa, los que hacen el mal por una buena causa o los que apoyan las buenas causas con fines malvados, incluso se ve como una sabia mujer, filosofa y científica que busca la explicación al mundo actual, habla de “personas”, “cosas” o “esclavos” en el mismo orden de importancia y una lista interminable de momentos que se repiten a lo largo de la historia y que haciendo análisis, pienso que ni ahora ni nunca se van a solucionar.

Es vergonzoso averiguar que después de 17 siglos, no hayamos aprendido nada, y que lo único que evoluciona es la forma de matar y hacer el mal.

Una gran película, que nos muestra lo que hubo, para que veamos lo que hay y pensemos en lo que habrá.

jueves, 1 de octubre de 2009

EL PAÍS. MARUJA TORRES 26/07/2009

La palabra motivación lleva un par de décadas incrustada en el huero aunque aparatoso torreón del vocabulario empresarial, cuya fortaleza –en el fondo, inexpugnable– necesita, en su versión moderna, de torres vigías aparentemente amables, o de falsos puentes ansiosos de amistoso compadreo. Eso, por una parte; por otra, estaba el lucro de los intermediarios. Motivar fue un verbo que conjugaron mucho –y siguen haciéndolo– los particulares o los grupos humanos que, aparentando servir de chamanes o intérpretes de las nuevas realidades laborales, se dedican a vivir del esfuerzo de los otros, ya sean éstos los que controlan y organizan los bienes de producción, o ya sean los que aportan su plusvalía.

Nunca como en los noventa –los años del especula cuanto puedas y busca el beneficio rápido– se abusó tanto y tan mal del vocablo motivación, y nunca como en estos últimos meses de la última parte de la primera década del siglo XXI el dicho vocablo y su aplicación me han parecido más idiotas. Conste que es una visión mía y que no representa a nadie más que a mí. Es lo bueno de la opinión: puede ser detestable, pero no da gato por liebre, como ocurre con no pocas informaciones. Y con la motivación según los malabaristas del lenguaje.

Motivar a un chaval para que estudie ha constituido siempre –y quizá hoy más que nunca– un objetivo digno de ser perseguido. Motivar a los adolescentes para que sepan que sus estudios no serán en vano, para que confíen en el valor del aprendizaje y de la responsabilidad: aquí hablamos de palabras mayores, hablamos de honestidad y decencia, de preparar para el viaje de la vida. Motivar a un crío que no le ve la gracia a las lecciones que tiene por delante, estimular a los alumnos de una clase atiborrada para que presten atención: he ahí la labor del buen profesorado, siempre luchando contra las limitaciones y los agujeros del sistema, sacrificándose para llegar a donde no alcanzan los medios públicos. Mucho respeto, pues, para el verbo motivar en sus mejores acepciones.

Otra cosa es lo que las empresas consideran motivación, y que tiene mucho más que ver con el descubrimiento de que las gallinas ponen más huevos si se les impide dormir dejando que permanezcan permanentemente con las luces encendidas. A eso se entregaron unos y otros durante los felices noventa, a gallinear al personal, y ahora aún quedan restitos de ayer, que resultan infinitamente más patéticos por desarrollarse en el contexto en que nos movemos, o en el que no nos movemos, o en el que nos encenagamos. Es decir, la crisis, que moralmente no nos va a servir para nada, según observamos. Parches, parches, parches. Y nada de repensarse, nada de reconstruirse, nada de rechazar los viejos modelos.

La motivación es hoy un asunto peliagudo, lo mires por donde lo mires, amor. Entre motivar a un estudiante y dar cursillos de motivación a jefes y capataces para que sean capaces de motivar al trabajador media un estrecho que es, más que un trecho, un océano. Los motivados cargos medios salen del curso meneando el culillo y se encuentran no sólo con que los empleados ya no están para hostias, sino con que apenas quedan empleados, porque han sido previamente motivados para que se larguen a casa. Por todo ello, al encontrarse ante los jóvenes y eternos becarios de treinta y tantos, a los motivadores sólo les queda una opción: motivarles para que hagan ver que se motivan, o motivarse para soportar el desprecio que su motivación provoca. Patético.

Esos chantas deliberadamente ignoran que lo único que motiva –y no me hablen de Gladiator en versión Guardiola: estamos hablando de trabajadores algo menos retribuidos que los futbolistas– es ver que el trabajo bien hecho se aprecia y se recompensa; y que quienes meten la pata repetida e intencionadamente son penalizados. Por el contrario –qué les voy a contar a ustedes–, nada desmotiva más que asistir a la continua escalada de los más inútiles y de los más pelotas y de los más dóciles. Eso sí que es un cursillo en vena. Hace demasiado tiempo que la mediocridad campa por sus respetos, y presumiblemente tenemos para largo.

El paraíso de los cantamañanas continúa con las puertas abiertas: entran y salen, salen y entran.